Un año más se termina. Y como es tradición,
tanto los medios de comunicación como los ciudadanos hacen un balance de lo que
se ha quedado grabado en su mente en 2013 y sus objetivos para el próximo año.
Unos se quedan con graves tragedias ocurridas, otros con muertes de personajes
famosos, mientras que otros se quedan con informaciones sensacionalistas como,
por ejemplo, el “fenómeno Miley Cyrus”. Los objetivos siempre suelen ser los
mismos: tener una nueva etapa caracterizada por la salud, prosperidad económica,
amor, amistades y apuntarse al gimnasio sin falta para bajar esos kilos que
sobran.
Yo no me quedo con nada del año
2013, la verdad. Al igual que en otros tiempos, ha estado caracterizado por
momentos mejores y peores, por situaciones que viviría una y otra vez y otras
que preferiría no recordar. Asimismo, ignoro quedarme con un acontecimiento social
transcendente porque, personalmente, considero que las tragedias, asesinatos,
muertes y demás son algo que están a la orden del día y ninguno merece ser más destacable que otro:
todos son importantes desde la óptica con la que se observe.
Una vez aclarado estos, quiero
decir que no tengo ningún objetivo. Siento resultar un poco antitradicionalista,
pero me parece absurdo afirmar que tengo intenciones y planes previos que, con
probabilidad, no se cumplirán. Voy a seguir siendo como soy, como actúo cada
día, pensando de la misma forma y teniendo claro las metas que siempre he
querido alcanzar. Los objetivos no pueden proponerse a tan corto plazo.
En fin, cambie o no el año, las
calles seguirán ardiendo y todos los sabemos, a pesar de que algunos prefieran ignorarlo en determinadas épocas.