Carnavales. Una época
en la que estamos que para muchos está caracterizada por la diversión y el
entretenimiento. Sin embargo, he de admitir una cosa que va a contracorriente y
que solo unos pocos nos atrevemos a decir: odio los Carnavales.
Los motivos que me han
llevado a despreciar esta celebración son diversos. Si sales a la calle a
reunirte con todo ese gentío (que por cierto llega a agobiar), lo que podrás
apreciar es que lo que predomina es el alcohol, drogas, gente borracha que saca
de quicio con sus piropos vulgares y otras personas violentas que se dedican a
lanzar piedras, botellas y todo lo que este a su alcance, por no nombrar al
gran número de personas que acaban en el hospital incluso antes de finalizar la
fiesta.
Por otro lado, creo que
para una fiesta de amigos puede ser divertido disfrazarse, ¿pero por qué hacer
el ridículo y humillarse por voluntad propia? Entiendo que cuando eres pequeño
tus padres pueden obligarte, pero es que cuando te haces adulto parece que la
cosa empeora. La autohumillación radica en diversos disfraces: si eres mujer,
lo más probable es que acabes con uno en el que se ponga de manifiesto toda la
carne que puedes enseñar, mientras que, si eres hombre, tu disfraz ideal es el de
mujer (parece encantarles disfrazarse de ellas, de hecho, llego a pensar que
forman parte de sus deseos ocultos y es una forma de liberación que pasa
desapercibida por la multitud).
Yo prefiero planes
alternativos. Prefiero quedarme en mi casa u organizar cualquier cosa antes que
tener que infiltrarme entre toda esa gente.