Estoy harta de escuchar
a diario temas como la crisis, recortes, corrupción política, tragedias y
calamidades. Últimamente en los diversos medios de comunicación solo abundan
malas noticias, y, a veces, sus trabajadores transmiten la información de un
modo alarmista y catastrofista. En consecuencia, los ciudadanos adoptan un
punto de vista pesimista acerca del futuro y tienden a creer que nada tiene remedio,
lo que les impulsa a quejarse con monotonía. ¿Pero es preferible dejar que la desesperanza
nos desanime o ver los problemas como oportunidades para buscar soluciones? ¿Será
cierto que toda crisis lleva implícita oportunidades?
Existen situaciones que
los humanos entendemos como incontrolables, y, ante ellas, podemos actuar de
dos formas: perdiendo los ánimos y acabar tirando la toalla o, por el contrario,
aprender a aguantar basándonos en la estrategia del optimismo. De las dos
opciones considero que la segunda produce efectos más eficaces que la primera. El
escritor colombiano Jorge González Moore dijo en una ocasión que el optimismo
soluciona la mitad de cada problema, pero es cierto que ser optimista no es
sinónimo de ser un iluso que viva a base de utopías y quimeras que nunca se
cumplirán.
No se trata de ser
felices ante los obstáculos más complejos, ni mucho menos cerrar los ojos ante
la realidad con la intención de evitar cualquier tipo de sufrimiento u dolor o esperar
que, de repente, aparezca una milagrosa solución que cambie las cosas por
completo. Lejos de todos estos pensamientos irresponsables a la par que
insensatos, tener un estilo de vida fundamentado en el optimismo implica
comprometerse a aceptar responsabilidades e indagar con minuciosidad algún plan
que sirva para impulsar el cambio a mejor, reparando así los contratiempos que
se nos presenten.
Las malas etapas son
temporales, hay que recordar que ninguna dificultad permanece eternamente. A
modo de ilustración, es como un día caracterizado por estar absolutamente nublado:
aunque acaezcan momentos marcados por la oscuridad, eso no quiere decir que el
sol haya desaparecido, sigue estando ahí escondido. Pero tarde o temprano, las
nubes terminarán desapareciendo y el sol volverá a iluminar el día. Por eso, si
ponemos nuestro empeño en averiguar las formas en las que podemos encontrar una
salida, en lugar de amargar nuestra existencia con ideas desmoralizadoras,
seremos conscientes de que los problemas no tienen cabida en nuestro entorno,
tan solo se tratan de pruebas que hay que superar, de retos que pueden llegar a
motivarnos.
¿De qué sirve
angustiarnos por las malas rachas y pensar que nunca más las cosas podrán volver a la normalidad? Con
ello solo logramos empeorar las situaciones y crear, a menudo, más disgustos
que los que ya teníamos en un principio. Es útil recordar las palabras del famoso poeta chileno Pablo Neruda (1904-1973),
quien dijo en uno de sus poemas “podrán
cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera.” En vez de
afligirnos, veamos el lado bueno de las cosas. Ante cualquier preocupación, le
invito a sonreír cuantas veces quiera, prometo que yo pago la cuenta.
(Esta columna la he escrito para la asignatura de Literatura, espero que les haya gustado)