Estaba lloviendo. Como
suele ser habitual en mí, olvidé coger mi paraguas, plenamente
convencida de que en estos días tan soleados no había la mínima
posibilidad de precipitaciones. Pero me equivocaba. Nunca me ha
importado caminar bajo la lluvia, por lo cual no le di demasiada
importancia y continué con mi camino. Unas gotas no iban ha
impedirme seguir mi rumbo. Es curioso que odie que llueva cuando
esos instantes son idóneos para pensar...
Mientras caminaba, iba
meditando en todo lo que veía. Resulta extraño apreciar cómo puede
cambiar la ciudad cuando está llena de agua. Nada parece lo
mismo. No se puede tener la misma perspectiva. No se puede deliberar igual. A mi alrededor corrían
rápidamente algunas personas con fobia al agua. Sin importarles
resbalar y caer al suelo, andaban con tanta velocidad que me
sorprendió y asustó. Lo cierto es que nunca he podido entender cómo algunas
personas reaccionan ante la lluvia como si, en lugar de caer agua,
las nubes derramasen ácido sulfúrico. Tal vez la rara sea yo
por no huir de lo inevitable. Quizás lo más normal sería tratar de
esconderme, como una cobarde. Pero creo que llover es algo natural,
como lo es respirar. Bueno, supongo que, al fin y al cabo, siempre
hay personas que sienten la lluvia y otras que prefieren con simpleza
mojarse.
De pronto, yo era la
única persona en la calle. Todos desaparecieron sin dejar rastro. A
pesar de que en ese momento mi pensamiento fuera de lo más absurdo,
no pude evitar reflexionar en la soledad de la lluvia. Condenada al
aislamiento, si tuviera sentimientos, lo más probable es que
sintiese melancolía y tristeza. Solo unos pocos se atreven a
cantar, bailar o solo detenerse a pensar bajo ella. Nos venden la idea de que
la lluvia es peligrosa: puede hacerte enfermar, puede provocar
accidentes, etc. ¿Y acaso el sol no puede resultar también
perjudicial? Todo depende del punto de vista con el cual mires algo: puedes adoptar anteponer lo negativo sobre lo positivo o viceversa.
Al mismo tiempo que
vagaba presa de mis estúpidos razonamientos, sentí cómo un coche
me intentaba robar la tranquilidad. Cuando me miré, vi que estaba
más empapada por culpa del coche que por la lluvia. “No importa”
-pensé en silencio- “de todas formas estoy llena de agua”. Seguí
caminando lentamente. No me gusta ir con prisas, nunca he dejado que
me dominen. Aunque en un primer momento pensé que tal vez la lluvia
había conseguido humedecer mis pensamientos y lavar mi alma, pronto
me percaté de que esto no era de todo correcto. Gracias a la lluvia
había conseguido ver la solución a cuestiones que pensé que no la
tendrían. Sin embargo, yo, que con inocencia pensaba que la lluvia
se llevaría mi tristeza, vi cómo ésta se ponía a bailar con alegría debajo de
ella. ¡Qué ironía!
Pero tampoco era un
drama. Al final, siempre acaba saliendo el sol y llegando la alegría.