No es algo novedoso que algunos trabajadores de los medios de comunicación a veces no transmitan información veraz, por eso, existe el Derecho de rectificación (recogido en la Ley Orgánica 2/ 1984, de 26 de marzo).
El Derecho de rectificación consiste en la obligación que tiene todo medio de comunicación de incluir en sus contenidos la respuesta de la persona nombrada en una información juzga necesario poner en conocimiento de la audiencia para salvaguardar su integridad moral o intelectual. La rectificación tiene como beneficiario directo a la persona dañada por la publicación, pues puede ofrecer su visión de los hechos, pero también al resto de la sociedad al suponer una garantía de que la información ha sido contrastada y que los periodistas actúan con responsabilidad al transmitir información veraz.
El procedimiento para este derecho es el siguiente:
1) Se enviará un escrito al director del medio en el plazo de 7 días tras la publicación que se desea rectificar, y éste deberá abarcar la misma extensión que aquella.
2) El director del medio de comunicación deberá publicar la rectificación íntegramente dentro de los tres días siguientes al de su recepción, en un espacio que cuente con la relevancia similar a aquella que se difundió.
3) Si la información que se pretende rectificar se hubiera difundido en un periodo de campaña electoral y en una publicación cuya periodicidad no permita divulgarla en el plazo de los 3 días tras su recibimiento, el director deberá publicarla a su costa en otro medio de la zona y de similar difusión.
No obstante, hay algunos de estos casos que llegan al Tribunal de Justicia:
-Cuando presentado el escrito de rectificación, éste no se hubiese publicado.
-Cuando el director del medio expresase su oposición a la publicación.
-Cuando sea publicada de forma incompleta, a destiempo o sin los demás requisitos del Artículo 3 de la LO 2/1984.
Un ejemplo de rectificación es el siguiente, publicado el 31 de diciembre de 2000 en el periódico El País por Juanjo Puigcorbé:
Réplica a una entrevista
"En la edición de El Dominical del diario EL PAÍS del pasado
24 de diciembre aparece publicada una entrevista conmigo, firmada por
Ramón de España, que ocupa un considerable número de páginas, así como
el reclamo en portada de que se trata de uno de los temas importantes
del magazine.En dicho reportaje se ponen en mi boca palabras
que jamás he pronunciado y que solamente pueden acarrearme problemas y
disgustos en mi carrera profesional y en mis relaciones personales. Por
ello, me veo obligado a solicitar que se publiquen las siguientes
puntualizaciones con el fin de atenuar en lo posible el grave daño que
con dicha publicación se ha causado a mi imagen pública y privada.
1 . Mi contacto con el citado Ramón de España se
limitó a una comida en un restaurante de Barcelona, durante la cual
charlamos de los temas más diversos. Como yo le hiciera la observación
de que ni usaba grabadora ni siquiera tomaba notas de cuanto hablábamos,
a la que respondió con "no me des lecciones de cómo debo hacer mi
trabajo", deduje, erróneamente, que más que una entrevista lo que iba a
publicar sería un perfil sobre mi personalidad. Pero mi sorpresa y mi
indignación han sido mayúsculas al comprobar el resultado. Difícilmente
podría evitar que un periodista decidiera perfilarme públicamente como
un personaje engreído, pedante y ambicioso. Pero Ramón de España se
guarda astutamente de calificarme así en sus descripciones. Lo grave del
caso, lo auténticamente indignante, es que son mis "supuestas"
respuestas, confeccionadas, incluso fabuladas, concienzudamente por el
periodista, las que elaboran ese perfil. Para ello, hilvana un
encadenado de preguntas y respuestas donde no sólo el lenguaje, la
sintaxis, el tono, que se me atribuyen son enteramente suyos, sino que
incluso tiene la desfachatez de insertarme en mis "hipotéticas"
respuestas, párrafos enteros de su propia cosecha. Pone en mi boca
falsedades, y entrecomilla auténticas barbaridades que jamás salieron de
mi persona; ni en la forma ni en el contenido: "Los grandes directores
me tienen miedo, creen que les puedo hacer sombra". "Soy demasiado
inteligente", etcétera, sentencias que, para más inri, conforman los
titulares de la entrevista, la única entrevista que me ha concedido El Dominical de EL PAÍS en los 25 años de mi carrera profesional.
2. Es evidente que no me pertenecen palabras como: "En este país, si un periodista escribe novelas, le dicen que siga con sus artículos. Si un novelista quiere hacer cine,
le dirán que no se aparte de la letra impresa..., no sea que vaya a
quitar el pan a los demás. Y yo por ahí no paso". Es evidente, entre
otras razones, porque yo nunca he sido articulista, ni escritor, ni
tengo pendiente, como él, ningún proyecto de dirigir cine.
- Es evidente que palabras referidas a otras series de éxito, como:
"Esos otros productos televisivos están escritos por un montón de
becarios mal pagados", son más propias de un guionista no consolidado
que de un actor de mi trayectoria.
- Es evidente que comentarios como: "No sé tú, pero yo no puedo más
de vidas ejemplares, familias adorables, chachas andaluzas con retranca y
abueletes encantadores", le pertenecen, porque ya fueron utilizados por
él en su crítica a Médico de Familia, aparecida en La Vanguardia..., donde arremetía especialmente contra el protagonista.
- Es evidente que afirmaciones como: "El dinero que he ganado en la
serie lo voy a destinar a escribir, dirigir y producir dos películas..."
no pueden ser mías, porque cualquier allegado a la profesión, menos él,
lógicamente, sabe que con ese dinero no se podría levantar ni la décima
parte de la producción de una sola película...
Y así, sucesivamente, con todos y cada uno de los párrafos... Pero si a todo eso le añadimos que el artículo:
- Está lleno de opiniones como: "El actor que se mete en todo, que a
la que te descuidas reescribe tus líneas, da instrucciones al director, y
acaba diciéndoles a los eléctricos dónde tienen que colocar la luz".
- Y trufado con los intencionados titulares: "El actor, tras dos
décadas de cine y teatro, ha logrado, por fin, la popularidad" (como si
nunca la hubiera conseguido).
- "El actor explica por qué no acaba de cuajar en el mundo de la gran
pantalla", (a pesar de ser uno de los actores que más películas han
rodado en la última década, no por méritos, sino por adicción al
trabajo, según R. de E.).
- "Él cree que en el cine no acaba de cuajar porque resulta poco
domable para los directores", frase que no sale en ninguna parte, pero
que se supone que yo la digo para ahuyentar a los directores.
- Y, especialmente, "los grandes directores me tienen miedo, creen que puedo hacerles sombra".
Pero, ¿en qué cabeza cabe que yo mismo fuera a cerrarme las puertas
del cine? ¿por qué iba a ser tan estúpido de condenarme al ostracismo,
despreciando públicamente a los directores con los que aspiro a
trabajar? Semejante disparate caería por su propio peso si no viniera
precedido por los bemoles necesarios para hacer creíble lo increíble. Me
estoy refiriendo a la frase que da la tonalidad a este corpus literario
y que introduce al lector en la clave para comprender todos los
desvaríos del entrevistado, o sea, el titular. Titular, colocado
"graciosamente" junto a una foto mía que emula al bizco de Murillo: "Soy
demasiado inteligente", o sea, "soy un tonto del culo". Entonces, ¡sí!;
a partir de ahí, ¡sí!, a partir de ahí, convengo con ellos que
cualquier desatino toma coherencia.
Pero es tan malintencionadamente oportuna la publicación de esa frase
que, por supuesto, cabría la posibilidad de pensar que un servidor la
hubiera podido decir, en una pérdida momentánea de la orientación, en un
arrebato de euforia, de arrogancia, de delirio; o quizá que,
neciamente, se me hubiera subido el éxito de la serie a la cabeza y eso
me diera bula para despreciar, públicamente, al resto de mis compañeros.
Cabría pensar en esa posibilidad, no lo niego, ¡pero en un
principiante! Afortunadamente, la gente sabe que 25 años de profesión
templan lo imprescindible, para no atolondrarse por un éxito pasajero:
mis compañeros y yo somos corredores de fondo.
Y si, finalmente, Ramón de España termina el artículo diciendo:
"Pienso en la tremenda ambición de este hombre. Una ambición que, por
otra parte, comprendo: uno se cansa de pasarse la vida recitando textos
escritos por otros, ¿no?", entonces, ya no me queda ninguna duda de su
capacidad para comprender también que esta vez ambicione hablar con mi
propia voz; cosa que él me ha negado.
Lamento profundamente que sea para afear en público su conducta,
pero, desdichadamente, las falsedades que públicamente se me imputan
provocan un enorme daño a mis compañeros, a mi profesión, a mi imagen y a
mi persona... Y están ahí, escritas, ¡como si fueran mías!..., y no lo
son."