10 ene 2015

El fanatismo es el deporte de la ignorancia

Llevo unos días queriendo escribir sobre todo los últimos acontecimientos que han ocurrido en Francia. Sin embargo, decidí posponerlo hasta ahora al considerar que si en momentos anteriores lo hubiese escrito, lo más probable es que hubiera dicho un montón de calificativos ofensivos y cosas de las cual podría haberme arrepentido. En este momento cuando opino que puedo contar lo que pienso de un modo más claro, menos ofensivo y mejor expresado.


Lo que ha ocurrido no es algo nuevo ni lo último que sucederá. El mundo está lleno de gente egoísta a la que le interesa conseguir sus propios intereses, aunque conseguirlos signifique realizar grandes matanzas y acabar a sangre fría con miles de personas inocentes. Ese sector es partidario de la teleología, asumen que el fin justifica completamente todos los medios empleados. ¿Pero cómo puede respaldar el hecho de asesinar a alguien? Se me ocurren muchos motivos, pero existen en nuestra sociedad normas y códigos deontológicos que determinan lo que está bien o mal y regulan las actividades del ser humano. Es obvio que muchos individuos los ignoran, ¿quién es la sociedad para decirles lo que está bien o mal? Piensan que les corresponde a ellos decidir cosas tan relevantes, pero no es así. 

No vivimos en el estado de naturaleza del que habló en su momento el filósofo Thomas Hobbes, que lo define como el estado natural de los hombres en una situación de guerra interminable de todos contra todos. En su obra Leviatán (1651) explica que llega a esa situación debido a el hecho de la inexistencia de normas intersubjetivamente válidas y porque los hombres son desde el principio de los tiempos egoístas por naturaleza. Pero no nos engañemos a base de esta gran mentira que se ha propagado. La gente no nace siendo perversa, es la sociedad quien se encarga de fomentar los valores, creencias e ideologías que adoptaran cuando crezcan. Cada día vemos todos los hechos violentos que suceden en la realidad y que los medios de comunicación se encargan de recoger; y acabamos aceptándolos como si fuera normal. Me preocupa muchísimo las nuevas generaciones. Hace poco escuché una conversación por mi casa en la que un niño le contaba a otro que “los Reyes Magos” le regalaron la pistola que quería y un violento videojuego consistente en que ganas puntos y subes de nivel cuando consigues matar a un elevado número de personas. A mí de pequeña se me  hubiera ocurrido tan solo la idea de pedir tales regalos y mi familia me hubiera dado un tortazo -a veces una buena colleja a tiempo hace que no te conviertas en mayor en idiota- y me hubiese caído tal bronca que todavía me estaría recuperando.

Viñeta de Forges

Yo soy más del pensamiento kantiano acerca de la libertad. Para el filósofo, el hombre es importante porque tiene libertad, lo que lo convierte en un fin y no en un medio. Esto significa que no está siendo respetado por ser un jefe de un determinado sector social para el beneficio de otro, sino que es un fin y tiene valor como tal. El concepto de libertad implica el libre albedrío: cada ser humano elige entre el bien y el mal. Lo que nos rige el significado de tales conceptos es la moral, y todo es respetable siempre que las acciones no perjudiquen a los demás. Por ejemplo, yo puedo tener un cuchillo porque me encanta, pero si voy por la calle y se lo clavo a alguien en su espalda estoy vulnerando sus propios derechos de libertad, por lo cual debo ser castigada y aceptar las consecuencias de mis actos. Esto es lo que la misma ley vigente determina. Pero me estoy desviando del tema importante: la gente está más loca que nunca.

Todas las religiones, opiniones, actitudes, ideologías o corrientes de pensamiento deben ser igualmente respetadas. Nadie es mejor por pertenecer a una. Lo que no está bien es sobrepasar el límite de los derechos humanos. Cuando suceden actos como el atentado a Charlie Hebdo puede dar la impresión de estar contemplando la última película de la industria cinematográfica. Pero la triste verdad es que cada día la realidad está superando a la ficción. El terror sigue reinando en París, “la ciudad del amor” está siendo consumida por el odio, de la misma forma en la que sigue reinando en muchos otros territorios de este asqueroso mundo plagado de mentes enfermizas que me producen arcadas. No hace falta mencionar que el terrorismo es un delito y acabar con la vida de personas inocentes que no han hecho absolutamente nada es repugnante y, desde mi punto de vista, imperdonable.  Estos actos sólo sirven para comprobar que el ser humano sigue siendo un completo inhumano. Porque antes de pertenecer a cualquier doctrina somos personas que deberíamos respetarnos e incluso amar al prójimo en lugar de desearles lo peor. 

Y para acabar, no puedo olvidarme del periodismo. Yo nunca he sido partidaria de las caricaturas y dibujos sarcásticos que se mofan de personas famosas de gran prestigio e incluso de líderes religiosos. Me parece de mal gusto. Pero es mi criterio solamente, porque existe algo llamado derecho a la libertad de información en el que está permitido de forma legal que los medios puedan crear estas piezas gráficas siempre que no traspasen los límites de un sano ejercicio de dicha libertad -tampoco se acepta que tengan como fin un ánimo provocador para alentar e incitar la violencia física o verbal-. Pero como ciudadana y proyecto de periodista defiendo que la expresión no está en venta. Si quieren mediante estos actos callar a la prensa y mantenerla bajo una gran dictadura se equivocan completamente. Lo único que van a lograr es que se hable todavía aún más. 

Viñeta de Erlich