Cada día apreciamos en
los medios de comunicación noticias y materiales audiovisuales acerca de los
numerosos conflictos bélicos que se están efectuando en diversos sitios.
Gracias a estas informaciones, todos somos conscientes de la implacable
realidad que acontece en los territorios del mundo y de las contiendas que se producen. No obstante, a veces, el público
llega a ignorar e infravalorar la importante tarea que realizan los
profesionales que les transmiten dichos conocimientos, sin saber las consecuencias
que estos sufren a su costa. ¿Qué hay detrás de esos contenidos? ¿Merece la
pena trabajar como comunicador de enfrentamientos bélicos?
Jon Lee Anderson es uno
de los periodistas que ejerce de reportero de guerra para difundir las
informaciones bélicas a los ciudadanos, y, entre las diferentes coberturas que
ha tenido que cubrir, destaca su labor en Irak. Uno de sus referentes profesionales es el periodista y
escritor Ryszard Kapuściński (1932-2007), de quien adopta muchas enseñanzas
para trabajar de la forma más eficaz posible. Al igual que él, admite que la
objetividad absoluta que se requiere como periodista no existe, pero postula
que un profesional debe mantenerse neutral y no posicionarse en ningún bando
implicado en la guerra, pues si lo hiciese resultaría peligroso y estaría
manipulando la información que tiene que emitir. Sin embargo, eso no significa
que no pueda implicarse personalmente, dado que el reportaje de guerra se
caracteriza por un enorme grado de implicación, tanto al tener que tratar con
combatientes y víctimas de los conflictos como al lidiar con su propio deber
moral. De hecho, Anderson indica que “como periodista, uno no sale ileso de las
guerras. Y las lesiones pueden ser psíquicas o emocionales, pero son
permanentes”.
Tratar con personas que
han perdido a sus seres queridos, ser testigo de cómo muere una persona ante
tus ojos, apreciar las consecuencias que una guerra ha provocado. Ser reportero
de guerra ocasiona heridas imborrables. Los periodistas, pese a su trabajo,
siguen siendo humanos que tienen que exponerse ante situaciones complejas
marcadas por numerosas tragedias, muertes y dolor; y es indiscutible que
mantener la compostura ante esto algo digno de encomio. No obstante, en mi
opinión, ese sufrimiento no es en vano. Dejando a un lado la evidencia de que
al ser consciente de esas adversidades el periodista aprende importantes
lecciones, cubrir cruzadas e informar a los ciudadanos de ellas no solo tiene
un gran valor informativo, sino lo que es más transcendente: puede contribuir
con ello a salvar vidas. Si no existiesen los corresponsales de guerra,
¿quiénes informarían de las contiendas y cómo sabríamos si estamos en un lugar
seguro?
Es innegable la importancia de la figura de los reporteros de guerra en
nuestra sociedad, individuos que arriesgan su vida para informarnos y que, como
Kapuściński, admiten que el serlo “no se
trata de una simple vocación, sino de una importante misión”.