Vivimos
en la era de la información. Cada día recibimos noticias por parte de diversos
medios de comunicación en la que se destacan aspectos de interés general y
hechos novedosos. Tanto como ciudadana como por ser estudiante de Periodismo,
considero que saber lo que sucede en el mundo-tanto a nivel local, nacional
como internacional- es de vital transcendencia. Las informaciones
periodísticas, además de anunciar acontecimientos actuales, pretenden formar,
informar y entretener a los lectores. Para ello, los periodistas y redactores
tienen la responsabilidad de poseer un gran dominio lingüístico, no obstante,
deben adecuar los mensajes a un nivel estándar para que estos puedan ser
entendidos por el mayor número de personas posibles, empleando la sencillez y
claridad. En el ámbito periodístico hay tantas personas que cumplen este
requisito que han logrado que el lenguaje periodístico se convierta en la
expresión más más fidedigna del estado de la lengua en un determinado momento. Sin
embargo, dentro de los medios existen unos intrusos que pretenden desprestigiar
y liquidar la manifestación más viva de
nuestra lengua, utilizando recursos como neologismos y extranjerismos.
Hace
unos meses, leyendo una noticia de un periódico local cuyo titular es “Impulso
a emprendedores con el Centro de Iniciativas Empresariales”1
me topé con que la Agencia de Desarrollo Local del Puerto de la Cruz
cuenta con “un coworking, con unas
características que lo convierten en uno de los mejores de Canarias”. Como la palabra “coworking” se empleaba en reiteradas ocasiones sin explicar su
significado, tuve que recurrir para solventar mi ignorancia a los diccionarios
generales más destacados: Diccionario
Real de la Academia Española (DRAE), Diccionario
Clave SM, Diccionario del español actual de Seco e, incluso, consulté el Diccionario
María Moliner. Sin embargo, ninguno de estos diccionarios me dio una
definición de ese extraño término. Entonces, acudí al buscador de Google y, una
vez allí, me enteré de que es una forma de trabajo que permite a los
emprendedores y profesionales independientes compartir un mismo espacio de
trabajo, tanto físico como virtual. Seguí averiguando al respecto y me percaté
de que el uso del anglicismo es más aceptado que su propia traducción al español: cotrabajo.
Entonces, busqué la palabra española en los diccionarios, pero por ser un
neologismo tampoco encontré significación alguna. No le di demasiada
importancia y continué leyendo el diario.
Tres
días después, en el mismo periódico, leí una noticia cuyo titular es “Fotográfica
Fest anima este fin de semana El Médano”2 con
gran entusiasmo porque se anunciaba un festival en el que estaba realmente
interesada en acudir. Sin embargo, hubo un párrafo que me llamó la atención: “[…]El programa de actividades
contempla master class, ponencias, rally fotográfico, talleres, rutas,
proyecciones, charlas y coloquios, exposiciones y un mercadillo[…]” ¿Master class? ¿Rally fotográfico? Aunque por el contexto y por mi minúsculo nivel
lingüístico pude deducir la idea que el redactor quería transmitir, presa de la
incertidumbre e inseguridad, acudí de nuevo a los diccionarios. Sobre el primer
anglicismo, no registrado en los diccionarios, gracias a la Fundación del Español Urgente (Fundéu)
descubrí que esta expresión usada para referirse a una clase, taller o
seminario dictado por expertos en una determinada materia es un anglicismo
innecesario, pues se recomienda escribir su equivalente en español: clase
magistral.
Sobre la voz inglesa rally,
el DRAE destaca que se trata de una “competición deportiva de resistencia, de
automóviles o motocicletas, celebrada fuera de pista y generalmente por etapas.”
Busqué el mismo concepto en el Diccionario
Clave SM, que me remitió a la palabra “rali”, indicando que es innecesario
el uso del anglicismo, y definiendo prácticamente la misma idea que en el otro
diccionario: “competición automovilística en la que los participantes han de
llegar al lugar indicado en un tiempo determinado y tras superar varias pruebas.”
Pero, me sorprendió, que en la noticia
mencionada se aplicase a la fotografía cuando en los diccionarios se menciona
que está referido a competiciones automovilísticas. Probablemente, el redactor
debería haber escrito concurso o competición fotográfica en lugar de intentar
usar clichés y neologismos sin saber qué significan.
Humberto
Hernández, en su obra Una palabra ganada.
Notas lingüísticas, recuerda que las lenguas son mutables, cambian y se
renuevan constantemente, constituyendo un proceso imparable de evolución, dando
lugar al origen de los neologismos: crear palabras, significados o expresiones
completamente novedosas. También Fernando Lázaro Carreter resalta en su libro “El dardo en la palabra” que “cientos de
neologismos entran en nuestra lengua con su pan bajo el brazo […] con las
nuevas cosas que nombran o con matices que no percibíamos” y que “traen
modernidad y ganancia”. Carreter llega al punto de denunciar neologismos
sinsentidos, absurdos e ilógicos para cualquier persona. Ambos autores
comparten la opinión de que el empleo de neologismos no es algo nocivo por la
mutabilidad lingüística que siempre ha existido y existirá, pero también
concuerdan en que no deberían utilizarse voces procedentes de otros lenguajes
teniendo en el nuestro equivalentes. Por ejemplo, ¿por qué decir hadware en lugar de soporte físico? ¿Pendrive en vez de memoria USB? ¿PC y no ordenador personal? ¿E-mail preferiblemente a correo
electrónico?
Es
triste que nuestro vocabulario esté impregnado de extranjerismos y neologismos
fácilmente sustituibles en español. Puedo comprender que esto fuera necesario
si algunos enunciados no tuvieran equivalentes en nuestro idioma, pero, siendo
honestos, tenemos que admitir que la gran mayoría lo tienen. Llegados a este punto, puede que un
amplio sector de población culpase a los medios de comunicación de masas de
esta “lamentable situación “, algo que, desde mi punto de vista, es
irresponsable por su parte cuando son los ciudadanos los primeros que prefieren
combinar voces extranjeras con el español para parecer más cultos e “ir a la
moda idiomática” y parecer ante los demás “cool”.
Pese a sus finalidades, sean cuales sean, solo transmiten la sensación de seres
incapaces de dominar su propio lenguaje
y que tienen que recurrir a otros idiomas para complementarse, algo ridículo.
No puede culparse de estos extendidos fenómenos únicamente a los medios
comunicativos, pues, como dice Lázaro Carreter “el extranjerismo no es nunca un
invasor: acude porque se le llama”. Es por eso que debemos dejar de invocarles
y a adquirir conocimiento de nuestra propia lengua.
1 http://www.diariodeavisos.com/2013/10/impulso-emprendedores-con-centro-iniciativas-empresariales/
2http://www.diariodeavisos.com/2013/10/fotografica-fest-anima-este-fin-semana-medano/