Título:
El universo contra Alex Woods
Autor:
Gavin Extence
Editorial:
Seix Barral
Año: 2013
Páginas:
400
Precio:
18,27 euros
Traducción:
Mercedes Cebrián
Ciudad de publicación:
Inglaterra, Reino Unido
Por Loida E.C
El escritor romano Plinio
el Joven citó que no hay libro tan malo que no sirva para algo, y un ejemplo de
ello es El universo contra Alex Woods,
la opera prima del autor Gavin
Extence, del cual solo se conoce que nació en 1982 en el pueblo inglés de
Seineshead, ubicado en Lincolnshire, así como que disfrutó en su niñez de una
célebre carrera como jugador de ajedrez. En la actualidad, vive en Sheffield
junto a su mujer, donde se está centrando en escribir su segunda novela. El
argumento de su obra gira en torno a cómo cambia radicalmente la vida del
solitario adolescente Alex Woods cuando un fragmento de meteorito le provoca
una lesión en el cráneo. A raíz de este accidente, que lo convierte en una
persona con notoriedad pública, despierta su interés por el saber científico y
comienza a leer libros acerca del cosmos, bajo la supervisión de una madre
peculiar con la que suele tener conflictos ideológicos. Cuando cumple 17 años
de edad, es detenido en la frontera de Dover por agentes de aduanas por transportar 113 gramos
de marihuana en la guantera y una urna repleta de cenizas en el asiento del
copiloto, mientras el país entero le busca por sus aparentes fechorías. A pesar
del incidente, Woods está convencido de que ha hecho lo correcto.
En
esta tragicomedia, caracterizada por un narrador protagonista y diálogos en los
que se combinan el estilo narrativo directo e indirecto, Extence comete el desacierto de mezclar la
técnica in media res con saltos
brucos temporales y flashbacks que,
aunque podrían funcionar con efectividad en el ámbito cinematográfico, en el
literario prestan a confusión al lector, quien puede sentirse aturdido por los violentos
saltos en el tiempo. Un caso de ello es cuando Alex y el señor Peterson
acuerdan su convenio para, en el capítulo siguiente, mostrar el desenlace del
mismo, omitiendo a partir de la elipsis detalles importantes que interesarían. Además,
recurre a la intertextualidad general,
incluyendo varios fragmentos de obras del autor Kurt Vonnegut para respaldar
que el personaje de Peterson es un gran admirador del mismo (los extractos
corresponden Matadero cinco, El desayuno de los campeones y Las sirenas de Titán) y textos para
justificar el interés científico de Woods (Trampa
22, de Joseph Heller; y Meteoritos:
orígenes y observaciones, de Martin Beech). Lo cierto es que abusar de esta
técnica ha hecho que algunos capítulos resulten
adormecedores, pues la explotación de este recurso puede aburrir a los lectores
que no estén interesados en las otras obras. Por esta razón que me extraña que
el libro haya recibido numerosas críticas positivas por parte de diversos
medios de comunicación británicos.
La
escritura empleada llega a resultar en ocasiones confusa y descuidada, algo que
no se debe solo al autor de la novela y a los tecnicismos que emplea, pues la
traductora, Mercedes Cebrián, se mantiene tan fiel al idioma en reiteradas
ocasiones que no respeta las normas lingüísticas propias del español y, en
consecuencia, desorienta al lector. El personaje de Peterson se define por ser
un plano que no varía a lo largo de la historia, algo tan típico que es incapaz
de sorprender y pasa a convertirse en un
simple cliché literario. En contraste, es digno de encomio que el protagonista,
Woods, sea redondo, pues es extraño que un menor de edad sea capaz de evolucionar y madurar tanto como
lo hace a lo largo de la historia. “El recuerdo que deja un libro a veces es
más importante que el libro en sí”, dijo el escritor argentino Adolfo Casares.
Y ese es el caso de esta novela, que invita al lector a reflexionar sobre
importantes tesituras aplicables y reales a su vida, como es el caso de la
eutanasia, al mismo tiempo que entretiene.