6 ene 2013

"La felicidad no es un valor cultural"

Ayer terminé por fin de leer El malestar en la cultura (1930), de Sigmund Freud. Lo mejor es que no tuve que  pagarlo de mi bolsillo debido a que lo encontré por casualidad online entero en formato PDF, aunque si hubiera tenido que pagarlo tampoco me hubiese puesto rácana porque es un libro que merece la pena leer.  La obra en su conjunto de este filósofo y padre del psicoanálisis constituye una de las aportaciones más contemporáneas más importantes para el entendimiento de la naturaleza humana. Aunque en un principio se trataba de un método para curar trastornos mentales, con el paso del tiempo acabó por transformarse en una teoría acerca de la vida psíquica, la sociedad y la cultura.“No nos sentimos cómodos en nuestra civilización del presente”. 

Con esa frase tan simple expresa Freud la decepción que le producía el hecho de que la cultura fuera incapaz de favorecer a la felicidad que todo individuo busca. Pero, ¿por qué la cultura no es un factor positivo para alcanzar esa anhelada felicidad?; ¿acaso las nuevas tecnologías no nos proporcionan un grado beneficioso de felicidad que incrementa nuestra esperanza de vida y que nos hace estar más alegres? El psicoanalista lo explica, “la felicidad no es un valor cultural”, vamos, que tanto la sociedad como la cultura no tiene por objetivo proporcionarnos a sus habitantes felicidad. 

Consecuentemente, se genera entre los ciudadanos un nivel elevado de malestar al reprimir nuestros deseos e impulsos. Ahora bien, cuando los habitantes se vuelven egocéntricos y tienen como meta en la vida satisfacer sus necesidades y deseos con el fin de ser felices a pesar de llevar a cabo prácticas que interfieren en el derecho que los demás tienen a alcanzar su propia felicidad, se genera una civilización represiva en exceso que favorece a producir una crisis. De esta manera, sus miembros no se encuentran cómodos, se vuelven subversivos y críticos. A la hora de leer esta obra tenemos que tener muy en cuenta el contexto histórico de la vida del autor, pues si no resultaría muy paradójico leer todas sus obras que parecen todas estar relacionadas con las relaciones sexuales. Freud vivió en una Viena caracterizada por ser represiva y puritana, aunque efervescente en iniciativas culturales y artísticas. Con todo y dejando a un lado su visión pesimista, Sigmund Freud fue un partidario convencido de la necesidad de la cultura y de la sociedad, que deseaba hallar la forma de conciliar de un modo equilibrado los impulsos humanos con las exigencias y los convencionalismos sociales, el gran futuro.                                                                                                                                     

“Porque podríamos objetar: ¿acaso no constituye un logro positivo de placer, un innegable aumento de la sensación de felicidad, el hecho de poder escuchar tantas veces como desee la voz del hijo que vive a centenares de kilómetros de mi lugar de residencia? ¿O que mi amigo me comunique, inmediatamente después de haber desembarcado, que ha sobrellevado bien el largo y penoso viaje? ¿Acaso no tiene importancia que la medicina haya conseguido reducir tanto la mortalidad infantil y el riesgo de infección de las parturientas y que se llegue a prolongar la media de la longevidad humana en un número considerable de años? Y todavía podríamos añadir una larga lista de estos beneficios que hemos agradecer a la tan menospreciada era del progreso técnico y científico; sin embargo, ya oímos la voz de la crítica pesimista que nos recuerda que la mayoría de estas satisfacciones sería como aquella “distracción barata” que recomendaba cierta anécdota y que consistía en sacar en las frías noches de invierno la pierna desnuda de debajo de la manta y, después, volverla a cubrir. Si no existiera el ferrocarril, que permite superar las distancias, el niño nunca tendría que abandonar la población natal y, por lo tanto, tampoco tendríamos la necesidad de escuchar su voz por teléfono. Y, si no existiera la navegación transoceánica, el amigo tampoco habría emprendido el viaje marítimo y yo no necesitaría el telegrama para apaciguar mis temores. ¿De qué me sirve la reducción de la mortalidad infantil si, precisamente por culpa de ello, nos hemos de reprimir a la hora de engendrar criaturas, de modo que, a fin de cuentas, no criamos más niños que en la épocas anteriores al dominio de la higiene, pero sí que nuestra vida sexual en el matrimonio sexual se halla sometida a difíciles condiciones y probablemente actúa en contra de la benéfica selección natural? Y, finalmente, ¿para qué esta larga vida, si acaba resultando tan penosa, carente de alegrías y tan llena de sufrimientos que solo podemos dar la bienvenida a la muerte como una liberación”.                                              



                                                                                         Freud,S., El malestar de la cultura.