26 mar 2014

Déjenlos crecer

"En el circo en que se ha convertido últimamente la televisión no faltan los payasos, las fieras, los engendros (ahora llamados frikis) y mucho me temo que tampoco los enanos. Y no me refiero ahora a los mentales, sino permítaseme el juego de palabras a los locos bajitos que diría Serrat, es decir, a los niños. Por suerte, todavía no hemos llegado al nivel de otros países en los que están haciendo realities y Grandes hermanos donde los protagonistas son menores a los que se incita a competir y a luchar para conseguir una sustanciosa cantidad de dinero. Aquí la pugna, de momento, se disfraza de competición artística por la que se intenta encontrar al nuevo Joselito o la nueva Marisol.

En principio, todo tiene un aire de lo más inofensivo e incluso edificante. Tres o cuatro cantantes famosos actúan como jurado y se les pide que vayan seleccionando las mejores voces, los artistas más talentosos. No quiero pecar de mojigata y predicar que donde deben estar los niños es en el colegio y no intentando saltar a la fama y convertirse en Justin Bieber. Tampoco voy a recordar aquí lo que pasa con la mayoría de los niños prodigio, empezando por Judy Garland, Michael Jackson o Macaulay Culkin hasta llegar al propio Justin Bieber. Lo que sí me gustaría es usar sus ejemplos para hablar de algo que hace tiempo me preocupa. Me da la sensación de que los niños de ahora son, por un lado, más infantiles y, por otro, más adultos que nunca. Y es que, por una parte, se los sobreprotege, se intenta preservarlos de todo lo feo o negativo de la vida y, por otra, se los incita a vestirse como adultos y a tener actitudes que no son las que corresponden a su edad.

Por ejemplo, en las historias, en los libros que uno les lee, la muerte no existe. Nada del Lobo que se comió a la Abuela de Caperucita, qué horror, no sea que el niño se traume. Sin embargo, acto seguido, se lo sienta ante la consola a matar malos durante horas. Otro ejemplo: se intenta mantenerlos en su idílico mundo infantil hasta entrada la adolescencia, pero, a la vez, muchos padres no tienen reparos en convertir a sus hijos en testigos de sus desavenencias conyugales o incluso obligarlos a tomar partido por papá o por mamá, sobre todo cuando se produce una ruptura. ¿En qué quedamos? ¿Deseamos que sean niños o que no lo sean? ¿Que crezcan o que sigan en Babia?

Después, la gente se asombra de la precocidad de ciertos niños y niñas que con diez u once años piden por su cumpleaños que les dejen hacerse un piercing o cuentan en casa que «están enamorados». Ya sé que es difícil desmarcarse de lo que pasa a nuestro alrededor y que hay muchos padres que intentan que sus hijos crezcan a un ritmo normal, quemando etapas, y no que las etapas los achicharren a ellos. Pero sería interesante que alguien los ayudara en su empeño. Me consta que los educadores son una gran ayuda en este sentido. Ellos más que nadie conocen a los niños de hoy y ven cómo la niñez está acortándose y alargándose la adolescencia. Adolescencia que, por cierto, llega ahora hasta los treinta y muchos años, pero esa es otra historia.

Sería muy deseable que los medios de comunicación, y en especial la televisión, no echaran más leña al fuego convirtiendo en ídolos y carne de paparazi a unos niños que ya tendrán tiempo más que suficiente de serlo. Sé de sobra que la guerra de las audiencias no se rige por criterios morales. De ahí que el circo del que antes les hablaba tenga un desfile de engendros cada vez más nutrido. Pero se me ocurre que los anunciantes, sobre todo los de productos directamente relacionados con los niños, tal vez tengan ganas de hacer algo por ellos. Hay tan buenas iniciativas y divertidas en las que los niños pueden participar sin caer en el frikismo... No sé, tal vez me he despertado utópica esta mañana. Pero ya lo dijo no sé quién: creer en la utopía es la única forma de cambiar este viejo y resabiado mundo."
 Carmen Posadas