19 mar 2014

El golpe de Estado de Jordi Évole

El golpe de Estado de Jordi Évole

Si lo que quería mostrar Évole es que nuestra novelería no tiene límites, el programa fue un éxito

"Hay que volver a repetirlo: el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 es nuestro asesinato de Kennedy. Primero, porque es el punto exacto donde convergen todos los demonios de nuestro pasado reciente. Y segundo porque, en parte por lo anterior, se ha convertido en una ficción, una gran ficción colectiva fabricada durante décadas, a base de especulaciones noveleras, recuerdos inventados, teorías insensatas, leyendas urbanas, medias verdades y simples mentiras, por los propios golpistas, por periodistas con mucha prisa y pocos escrúpulos y por la fantasía popular. El resultado es que, como además el golpe fue un golpe casi sin documentos, sobre él puede decirse de todo y con absoluta impunidad; de hecho, salvo que lo organizaron Mortadelo y Filemón, del golpe se ha dicho de todo, como del asesinato de Kennedy. Por eso, hace unos años, en trance de escribir una novela sobre el 23 de febrero (o sobre un instante o un gesto del 23 de febrero), comprendí que escribir una ficción sobre otra ficción era redundante, literariamente irrelevante, y acabé escribiendo un relato lo más cosido posible a la realidad, un relato real o una novela sin ficción.
No voy a discutir aquí si lo que hizo Jordi Évole el pasado 23 de febrero en Salvados, presentando una versión ficticia del golpe como si fuese verdadera, estuvo bien o mal; a mi juicio, lo más interesante del asunto es otra cosa. De entrada podría sorprender que espectadores con sentido común y nociones de historia y política hayan podido creerse la delirante ficción de Évole durante más de un minuto; pero, si bien se mira, es lógico. En apariencia, Évole hubiera podido hacer algo mejor de lo que hizo, ahorrándose de paso el trabajo de inventar nada: le hubiera bastado con repetir algunas de las innumerables ficciones que han hecho pasar por realidades periodistas en teoría solventes para mostrar que sobre el 23 de febrero ya se han inventado todas las ficciones posibles y se han dicho todas las posibles tonterías. Lo cierto sin embargo es que, quizá sin saberlo, Évole hizo muy bien, y la razón es que en el fondo no inventó tanto. Porque el caso es que hasta hace poco tiempo, aunque ustedes no lo crean o lo hayan olvidado, la verdad oficiosa del 23 de febrero decía algo no muy distinto de lo que decía la ficción de Évole; a saber: que el 23 de febrero fue un falso golpe, un golpe urdido por los servicios secretos y teledirigido por el Rey para evitar el golpe auténtico y reforzar la democracia y la monarquía. De ahí que Felipe Alcaraz, exdiputado de IU y participante en el programa de Évole, afirmara al descubrirse la ficción que esta tenía mucho de verdad, “pero los actores y el director eran otros”. Dicho de otra manera: mucha gente se creyó la ficción de Évole porque durante décadas se han contado sobre el 23 de febrero muchas ficciones parecidas como si fueran verdades.
Pero lo más inquietante del programa de Évole no fue lo que iba en broma, sino lo que iba en serio. Una vez aclarado el chiste, en efecto, oímos decir con insistencia que el golpe sigue siendo un asunto sagrado, intocable, lo que, dado que sobre el golpe se han escrito montones de libros de todo tipo y se ha dicho de todo, es más o menos como sostener con insistencia que Nacho Vidal sigue siendo virgen. También se dijo que no es posible contar la verdad sobre el 23 de febrero porque el Tribunal Supremo no autoriza la consulta del sumario del juicio. No es cierto: aunque es verdad que el Supremo no permite de momento consultar el sumario, este se puede leer, porque mucha gente posee copias de ese documento (la parte más importante del cual, por otra parte, ha sido publicada); además, todo lo que se dijo en el juicio del golpe fue contado al detalle y a diario por los periodistas que asistieron a él. En fin, también escuchamos a gente en apariencia seria repetir, como si fuera Iker Jiménez hablando de platillos volantes, que quedan aspectos oscuros por iluminar de uno de los acontecimientos más iluminados de la historia de España, cuya verdad fundamental está al alcance de cualquiera desde hace décadas. Si lo que quería mostrar Évole es que nuestra novelería (o nuestra estupidez) no tienen límites, empezando por la de los propios responsables de Salvados, el programa fue un éxito total."