26 jul 2013

Payasos en un funeral



Lloraban estrepitosamente, ya fuese fruto de la alegría o el dolor. Sin embargo, me llamaba la atención una persona que parecía no inmutarse lo más mínimo. Estaba allí, en medio de la nada, de pie, contemplando a ningún punto en concreto. Todos los presentes le observaban, hablaban a sus espaldas, ignorando el hecho de que sus murmuraciones llegasen a sus propios oídos. Algunos incluso decidían acercarse a ese extraño ser y les daban sus falsas o verídicas condolencias, pero la contestación era  seca, fría y agría.

Llegó un punto en que optó por marcharse a un rincón perdido con el objetivo de distanciarse de todo ese alboroto y los murmullos de ese insoportable gentío que tanto le sacaba de quicio. Nadie era verdaderamente consciente de lo que ocurría en  su perturbadora mente. Dos  bandos opuestos de ese trastornado y peculiar personaje creaban un fuerte debate interno a vida o muerte, donde, lógicamente, solo podía quedar uno. Sin embargo, me temo que saber cuál de los dos había salido victorioso era un tanto utópico.

Soledad.Preguntas, dudas, incertidumbre, inseguridad, perplejidad. Odio, ira, cólera, aversión, desprecio, asco. Satisfacción, dichas, alegría, felicidad, bienestar. Tristeza, impotencia,desdicha, aflicción. Al final todo se resumiría en indiferencia con una ínfima parte de repelente afecto fruto de algún síndrome nostálgico repugnante, supongo que es lo que tienen las paradojas de esta efímera y decadente vida, en la que todo parece tener el sentido del humor más absurdo y despiadado.

Sin que me me viese, o al menos eso creí, me detuve durante unos largos minutos para observarle. La conclusiones que extraje de ello fue ser verdaderamente consciente de su locura, pude leerla en sus ojos y en sus gestos. Me resultó curioso que pasase rápidamente de una placentera sonrisa a una cara de sufrimiento indescriptible. No me dio miedo encontrarme ante una persona demente, dado que al fin y al cabo, ¿quién puede afirmar con rotundidad y veracidad que no está  loco? En definitiva, todos estamos chiflados a nuestra manera y vivimos en un manicomio llamado mundo, en el que innegablemente predomina la insensatez y lo irracional.

Seguí contemplando minuciosamente a esa persona que tanto atraía mi atención. Anhelaba con todas mis fuerzas indagar, averiguar algo que explicase su forma de actuar, pero fue inútil, pues esto es algo bastante complicado teniendo en cuenta la relativa lejanía que teníamos. No obstante, tengo la impresión de que esto hubiera sido una imposible labor debido a que  tenía una barrera hacia su interior, como un escudo impenetrable, y sinceramente me dio temor acercarme con el fin de sincerarme y pedirle que confiase en mí, pues supe que no se fiaría de una extraña como yo. ¿Por qué tendría que hacerlo?

Tal vez estaba sumida en la más profunda oscuridad. Entendí rápidamente que quizás esa extraña persona no vivía en este mundo, es más, me atrevería  a decir  que estaba completamente muerta. Quizá una especie de fantasma, o un mero saco de huesos que se arrastraba esperando a que, como lo hizo en su momento su cerebro, su cuerpo se desvaneciese a otro territorio lejano cuyo nombre desconozco. O tal vez, todas mis hipótesis sean desencaminadas conjeturas y fuese solo un payaso más  en un funeral.