2 oct 2013

Dog Days Are Over



Todo está escrito en nuestro pronosticable guion. Con el sonido infernal de nuestro despertador nos levantamos cada mañana, exhaustos por las cargas, quehaceres, responsabilidades y rutinas que cada día tenemos. Todo parece estar programado,  se basa en la puntualidad y horas puntas en las que debemos realizar una determinada actividad sí o sí. Estrés, ansiedad, tensión, fatiga, agotamiento.  Lo cierto es que vivimos siendo esclavos de la cargante rutina diaria, y los años pasan sin que nos demos cuenta del rápido paso del tiempo. En ocasiones, da la impresión de que la vida está carente de sentido.

A veces, todo parece tan frío y atribulado que llego a cuestionarme con seriedad qué clase de mundo hemos instaurado y en qué clase de individuos  nos hemos convertido. La sociedad y  sus problemas tan solo son un reflejo de nuestros propios valores y audacia. Presa del pesimismo y la decepción, en ciertas ocasiones dificultosas me doy por vencida y pienso que no conseguiré alcanzar nada de lo que me proponga, pues  tengo la extraña sensación de que por mucho que intente hacer las cosas bien, acabaré fastidiándolas de una manera u otra. Tal vez, cuando tengo una buena intención mi traicionero subconsciente impide que ésta tenga éxito y logra hacer justamente todo lo contrario de lo que quería efectuar. ¿Cómo lidiar con el subconsciente?

Hay instantes en los que veo todo negro. Es como si hubiera caído en un profundo pozo y nadie pudiera auxiliarme, o como si me hubiese adentrado en un laberinto sin aparente salida. Sin embargo, cuando la oscuridad se cierna sobre mí y soy creyente de que jamás podré apreciar la variedad de colores de los que disfrutaba con anterioridad, observo de repente, a lo lejos, una pequeña luz que parece brillar. Cuando miro con atención, desaparece con prontitud. 

Dudo de lo que he visto, quizás haya sido fruto de mi desbordante imaginación. El escepticismo me corroe, pero, cuando menos me lo espero, vuelvo a ver esa lucecilla, cuyo resplandor parece ir in crescendo. No es fantasía, es un hecho real. Me acerco a gran velocidad, y mientras más cerca estoy, la opacidad que reinaba en mi mente va desapareciendo. Siento un gran alivio cuando llego por fin a la anhelada luminosidad, pues, sin saber cómo ha ocurrido, vuelvo a verlo todo como antes. Del negro paso al blanco.

Y me doy cuenta de lo tonta que he sido y que el  triste hábito de la rutina puede convertirnos en seres abatidos si no sabemos sobrellevarla con la aptitud que requiere. Siempre es  bueno recordar que somos dueños de nuestras acciones, y que la rutina no tiene por qué oprimirnos hasta el punto de dominarnos. Siempre hay personas y elementos por los cuales merece la pena soportar el maldito e insufrible pitido del despertador y levantarnos cada mañana.