"Impostores" es un artículo elaborado por el distinguido escritor, crítico literario y articulista español Juan Manuel de Prada; publicado en el suplemento XL Semanal el 19/05/2013. En este texto, denuncia el falso mito de que la ficción puede llegar a superar a la realidad. Espero que te guste tanto como me ha gustado a mí.
«La realidad siempre supera la ficción». Es una
frase que hemos repetido mil veces, al comprobar que nuestras vidas
están expuestas a azares rocambolescos y situaciones peregrinas que
exceden con creces la imaginación del escritor más fantasioso.
Hace algunos meses contaba en un artículo publicado en esta misma
revista una divertida anécdota protagonizada por el escritor Luigi
Pirandello, quien en su novela El difunto Matías Pascal narra la
peripecia de un truhan que, tras leer con estupor en los periódicos la
crónica de su fallecimiento, decide inventarse una nueva vida bajo otro
nombre, hasta que cansado de su impostura decide volver, algunos años
más tarde, a su pueblo, presentándose como quien realmente es y causando
todo tipo de soponcios entre sus paisanos. La novela fue
tachada de inverosímil por los críticos, contra quienes Pirandello
arremete en una coda que incorpora a la segunda edición de la obra,
esgrimiendo una noticia que por entonces acababa de publicarse en los
diarios italianos, en la que se detallaba un caso exactamente igual al
que él había urdido en El difunto Matías Pascal.
*Juan Manuel de Prada |
Resulta
llamativo que a las ficciones, que son un producto de la fantasía
humana, les reclamemos más 'verosimilitud' que a la propia vida, que
constantemente nos deja constancia de sus 'inverosimilitudes'. En mi
última novela, Me hallará la muerte, imagino la peripecia de un hombre
que, tras combatir en la División Azul y padecer cautiverio durante casi
quince años en los temibles campos de trabajo soviéticos, regresa a
España tratando de hacerse pasar por un compañero difunto.
Yo
mismo, mientras urdía la novela, era consciente de que su trama
merodeaba el territorio de lo que convencionalmente denominamos
'inverosimilitud'; pero me tranquilicé comprobando que son muchos los
casos documentados de combatientes que, tras una larga ausencia de sus
hogares, regresan usurpando la identidad de un compañero caído en el
combate. El más célebre de todos es el de Martin Guerre, un
campesino francés del siglo XVI, cuya identidad fue usurpada por un
impostor que llegó incluso a yacer con su mujer durante años; el caso
sería luego novelizado por Alejandro Dumas y adaptado al cine en una
película protagonizada por Gérard Depardieu.
Lo más estupefaciente
de dichos casos es que, con frecuencia, el usurpador logra imponer su
impostura incluso cuando su parecido con el suplantado es más bien
escaso, o conociendo muy superficialmente las circunstancias de su vida
anterior; prueba inequívoca de que toda impostura funda su éxito no
tanto en las habilidades del impostor como en la pasmosa credulidad de
sus allegados. Así y todo, me esforcé en que el impostor de mi
novela guardase un considerable parecido físico con el hombre al que
suplantaba, y hasta me preocupé de que llegase a conocer al dedillo sus
hábitos, querencias y minucias biográficas, durante el largo cautiverio
que ambos padecían en Rusia. Escrúpulos que, por supuesto, me han
servido de poco ante los zoilos, que como le ocurriera a Pirandello me
han reprochado forzar las convenciones de la verosimilitud.
Pero, como decíamos más arriba, la realidad supera siempre la ficción. El otro día fui a ver un soberbio documental de reciente estreno, The imposter,
dirigido por Bart Layton, en el que se nos narra el 'inverosímil' caso
de Frédéric Bourdin, un suplantador francés de sangre argelina, cabellos
morenos y ojos oscuros, que a los veintitrés años de edad suplantó con
éxito ante su familia a Nicholas Barclay, un niño tejano de trece años,
rubio y de ojos azules, desaparecido tres años antes.
El
documental, que es un prodigio narrativo en la dosificación de la
intriga, desliza muy insidiosamente en el espectador la sospecha de que
el éxito de la impostura de Bourdin se debiese a que a la familia del
niño desaparecido le conviniese mantenerla, por razones que no
aclararemos; y es que, en efecto, resulta poco 'verosímil' que Bourdin,
un bigardo que no guardaba ningún parecido físico con Nicholas (¡y que
se expresaba en un inglés con acento gabacho!), consiguiese mantener
durante meses la superchería, que además no fue desmontada por la
familia Barclay, sino por un investigador privado y una agente del FBI.
Pero el caso es que lo consiguió.
Y es que en la vida real
estamos dispuestos a creernos aquello que anhelamos y necesitamos
creer, aquello que nos consuela y gratifica, por muy inverosímil que
parezca; la incredulidad es un lujo que nos reservamos para la ficción."
*Imagen sacada de http://www.jotdown.es/wp-content/uploads/2011/06/Juan-Manuel-de-Prada-para-Jot-Down-31.jpg