Memorizar para aprobar. A mi
parecer, ese es el peor fallo del sistema educativo español. Los alumnos no
estudian con motivación de aprendizaje, razonando para poder entender con
detalle el temario que se les exige para superar los requisitos de cada asignatura.
En lugar de eso, hacen en su mente un “corta y pega” textual en el que combinan
fragmentos de libros y las palabras mencionadas en clase por sus profesores. Pero,
¿sirve esto para algo?
Imagina, por un instante, que
estás comiendo un manjar delicioso, uno de tus preferidos. ¿Qué harías: zampártelo
de un bocado sin más, con toda la inmediatez del mundo; o, por el contrario,
hacerlo de manera paulatina para poder saborearlo y disfrutarlo lo máximo
posible? Resulta evidente que la segunda opción sería la más viable. Tomando
esta ilustración como ejemplo, de manera similar, los alumnos no deben “zampar”
todo el contenido educativo que el sistema ofrece sin “saborearlo”, y hacerlo
les supondría el riesgo de sufrir un “empacho educativo”. Es cierto que algunos
platos nos gustan más que otros, pero esas asignaturas que tanto odiamos
también tenemos que superarlas. Esto se asemeja, en cierta medida, a cuando
nuestros padres nos obligaban a comer alimentos que aborrecíamos: puede que,
con el tiempo, nos acaben gustando y acabemos dándonos cuenta de lo necesario que
son para tener una dieta saludable.
No se aprende reteniendo
información, es algo que sirve en vano, pues acabaremos olvidando e incluso ignorando
todas las novedosas competencias que podemos adquirir al estar a nuestro
alcance en los diversos centros de formación educativa. En cambio, si
estudiamos con sensatez con la meta de aprender y no con el fin exclusivo de
aprobar un determinado examen, seguro que lo enseñado perdurará en nuestra
memoria durante mucho tiempo. Sin embargo, parece que, llegados a este punto,
estuviese culpando a los estudiantes de esta lamentable situación de
aprendizaje, cuando ellos tan solo tienen una parte de culpa y son,
habitualmente, víctimas del sistema. ¿Por qué afirmo esto? Porque hay más
factores que contribuyen a esta efímera formación de ignorantes incapacitados.
A lo largo de mi experiencia como
estudiante, me he dado cuenta de que existen tantos tipos de profesores como
tonalidades de colores. Al igual que tú, me he topado con profesores estrictos
que, a pesar de dar la impresión de ser demasiados estrictos, han logrado inculcarme
conocimientos que no he olvidado;
también he visto al “profesor colega”, que finge ser simpático, pero que en
época de exámenes saca su verdadera faceta maligna; como no, destacar a esos
innumerables profesores pasotas que no saben explicar y pretenden que
aprendamos por nuestra cuenta. Cada tipo
de docente tiene su método de enseñanza: para algunos lo fundamental es aprobar
exámenes; otros le dan más importancia a los trabajos y asistencias presenciales
a sus clases; mientras que algunos, que considero más eficaces, combinan todos
estos factores para que el alumno alcance los objetivos de la asignatura.
Siempre he sido creyente de lo
que menos importancia debería tener son las pruebas escritas, pues con ellas no
puede juzgarse si un alumno ha aprendido o no algo durante el curso. Me parece
injusto, debido a que, aunque suene a excusa, un mal día lo tenemos todos y, en
ese supuesto, influiría para mal en la nota final. En mi opinión, se aprende
más asistiendo a clase y efectuando trabajos de investigación que impulsen al
estudiante a interesarse por el tema. Además, las exposiciones orales ayudan en
gran medida a entender lo explicado en las aulas, aparte de traer consigo otros
beneficios adicionales como perder la timidez al hablar en público.
Pero, ¿para qué engañarnos? La
realidad está demasiado lejos de mi maravillosa utopía de sistema evaluativo.
Lo que tiene relevancia son los exámenes, que se han convertido en una
desoladora obsesión compulsiva para estudiantes y profesores; y como no, para
el sistema educativo, que es el que ha fomentado esta epidemia.