Todo está escrito en nuestro
pronosticable guion. Con el sonido infernal de nuestro despertador nos
levantamos cada mañana, exhaustos por las cargas, quehaceres, responsabilidades
y rutinas que cada día tenemos. Todo parece estar programado, se basa en la puntualidad y horas puntas en
las que debemos realizar una determinada actividad sí o sí. Estrés, ansiedad, tensión, fatiga,
agotamiento. Lo cierto es que vivimos
siendo esclavos de la cargante rutina
diaria, y los años pasan sin que nos demos cuenta del rápido paso del tiempo.
En ocasiones, da la impresión de que la vida está carente de sentido.
A veces, todo parece tan frío y
atribulado que llego a cuestionarme con seriedad qué clase de mundo hemos instaurado
y en qué clase de individuos nos hemos
convertido. La sociedad y sus problemas tan
solo son un reflejo de nuestros propios valores y audacia. Presa del pesimismo
y la decepción, en ciertas ocasiones dificultosas me doy por vencida y pienso
que no conseguiré alcanzar nada de lo que me proponga, pues tengo la extraña sensación de que por mucho
que intente hacer las cosas bien, acabaré fastidiándolas de una manera u otra.
Tal vez, cuando tengo una buena intención mi traicionero subconsciente impide
que ésta tenga éxito y logra hacer justamente todo lo contrario de lo que quería
efectuar. ¿Cómo lidiar con el subconsciente?
Hay instantes en los que veo todo
negro. Es como si hubiera caído en un profundo pozo y nadie pudiera auxiliarme,
o como si me hubiese adentrado en un laberinto sin aparente salida. Sin
embargo, cuando la oscuridad se cierna sobre mí y soy creyente de que jamás
podré apreciar la variedad de colores de los que disfrutaba con anterioridad,
observo de repente, a lo lejos, una pequeña luz que parece brillar. Cuando miro
con atención, desaparece con prontitud.
Dudo de lo que he visto, quizás haya
sido fruto de mi desbordante imaginación. El escepticismo me corroe, pero,
cuando menos me lo espero, vuelvo a ver esa lucecilla, cuyo resplandor parece
ir in crescendo. No es fantasía, es
un hecho real. Me acerco a gran velocidad, y mientras más cerca estoy, la
opacidad que reinaba en mi mente va desapareciendo. Siento un gran alivio cuando
llego por fin a la anhelada luminosidad, pues, sin saber cómo ha ocurrido,
vuelvo a verlo todo como antes. Del negro paso al blanco.
Y me doy cuenta de lo tonta que
he sido y que el triste hábito de la
rutina puede convertirnos en seres abatidos si no sabemos sobrellevarla con la
aptitud que requiere. Siempre es bueno
recordar que somos dueños de nuestras acciones, y que la rutina no tiene por
qué oprimirnos hasta el punto de dominarnos. Siempre hay personas y elementos
por los cuales merece la pena soportar el maldito e insufrible pitido del
despertador y levantarnos cada mañana.