El siglo XX trajo consigo un gran número de inventos en el ámbito técnico
e industrial, además de nuevos conocimientos determinantes en las ciencias
humanísticas y naturales. Algunos ejemplos de ello lo constituyen la teoría de
la relatividad de Einstein, el psicoanálisis de Freud o el descubrimiento de
los rayos X. Todos estos novedosos entendimientos sentaron las bases de que
detrás de la realidad se esconde mucho más de lo que podemos percibir mediante
el sentido de la vista, rompiendo así con el esquema impresionista que
predominaba en la sociedad con anterioridad. Ante esta coyuntura, nace el arte
del Expresionismo, que en contra del cubismo y del impresionismo, toma como
núcleo de sus preocupaciones el alma humana.
Si se desea la rigurosidad, podemos definir
como Expresionismo al arte que se desarrolla en Alemania en el segundo decenio
del siglo XX, pero que se extiende hasta nuestros días. Como se ha mencionado,
es opuesto a la visión del cubismo y del impresionismo, pues se diferencia en que toma sus
preocupaciones al alma humana. Pero esos problemas no se refieren a la
sensibilidad halagadora de los colores, ni tampoco a la armonía de los campos
cromáticos, sino al planteamiento de los conflictos íntimos del hombre. Algunos
pintores de este movimiento desarrollan sus situaciones morales de urgencia
acorde con la belleza de la forma y el color, pero tampoco es que se trate de
un criterio realístico, pues los artistas se expresan con demasía y suelen
llegar a la desesperación y el sarcasmo.
El expresionismo pone de
manifiesto el lado pesimista de la vida generado por las circunstancias del
momento. Muestra la cara oculta e incómoda de la modernización, la alineación,
el aislamiento, la masificación, la angustia existencial ante situaciones
sociales patentes en esos momentos (como el estallido de la Primera Guerra
Mundial en 1914, la república de Weimar, el nazismo y la persecución). Se trata
del reflejo de un sentimiento terrorífico de la soledad, de la tristeza, dolor
y amargura patente en todos los lienzos.
*El grito, de Munch |
Pintores pertenecientes a este
movimiento son muchísimos, pero podremos considerar al noruego Edvard Munch (1863-1944) el padre de esta disciplina
pictórica. Su cuadro más relevante y que sirve para definir la corriente de la
que hablamos es “El grito”, (en noruego “Skrik”) realizado en 1983. El
planteamiento de la obra forma parte del conflicto del alma: de dentro a fuera,
y como una explosión, se extiende la ola de aflicción, de suerte que la
naturaleza entera participa de las angustias del hombre. Este cuadro es
cuantioso en cuanto a colores cálidos de fondo y luz semioscura. La figura
protagonista es una persona en un sendero con vallas que se pierde de vista
fuera de la escena. Se encuentra gritando, y se aprecia con claridad su
desesperación. Mientras, en el fondo, casi fuera de escena, se aprecian dos
figuras con sombreros, que no se pueden diferenciar con claridad. El cielo
parece fluido y arremolinado, igual que el resto del fondo.
En unas notas escritas por el
autor en 1886 en Niza, Munch recordó la situación que acabaría dando origen a
este prestigioso cuadro: “Iba caminando
con dos amigos por el paseo el sol se ponía - el cielo se volvió de pronto rojo
- yo me pare - cansado me apoye en una baranda - sobre la ciudad y el fiordo
oscuro azul no veía sino sangre y lenguas de fuego - mis amigos continuaban su
marcha y yo seguía detenido en el mismo lugar temblando de miedo - y sentía que
un alarido infinito penetraba toda la naturaleza”.
El grito es la expresión de su miedo personal, pero en este cuadro
Munch logra expresar el desfallecimiento del hombre ante una realidad cada vez
más compleja y confusa, realidad de la que a veces nosotros formamos parte por mucho que intentemos ignorarla.
*Imagen sacada de http://www.intereconomia.com/sites/default/files/user_pictures/files/munch_el_grito.jpg