Hace poco he leído este artículo de la escritora Carmen Posadas, publicado en el suplemento XL Semanal. Su título es "Estúpida vanidad", y espero que os haga pensar, tal como me ha hecho reflexionar a mí.
"Mucho antes de que Lampedusa dijera aquello de que
«algo debe cambiar para que todo siga igual», los franceses habían
acuñado ya una frase similar y más pesimista si cabe: «Plus ça change,
plus cest la même chose», «más cambian las cosas, más iguales son».
Por supuesto se puede argumentar que no es cierta, que la humanidad ha
progresado en todos los sentidos y no solo en aspectos tecnológicos y
sociales, sino que intrínsecamente también es mejor. Dicho de otro modo,
somos mejores y más buenos que nuestros antepasados, ya no nos comemos
los unos a los otros, por ejemplo, y las leyes que nos hemos dado
sirven, si no para desterrar, al menos para embridar nuestros peores
instintos. Somos, por tanto, la mejor versión del ser humano de
todos los tiempos y, si bien existen aún injusticias, abusos y desmanes,
el hecho de que vivimos en un mundo interconectado hace que todo se
conozca y, por tanto, los sátrapas y abusadores no tienen más remedio
que tentarse la ropa.
En efecto, los medios de
comunicación por su celeridad y universalidad son quizá el invento
humano que más ha contribuido a moderar los malos instintos del hombre y
evitar o al menos disimular que el hombre siga siendo un lobo para el
hombre. Sin embargo, es fascinante (y a la vez aterrador) observar cómo
aquello que sirve para una cosa sirve también para la contraria. Así,
medios de comunicación que contribuyen a frenar nuestro lado oscuro
sirven también para potenciarlo. Tomemos el caso de Internet. Ese
inmenso universo virtual en el que todo se ve, todo se sabe y que, por
tanto, contribuye a fomentar la verdad y la transparencia permite a su
vez que se manifieste el lado más cruel del ser humano. Decía
Schopenhauer que el hombre hace el mal por instinto de supervivencia y,
cuando la tiene asegurada, hace el mal por tedio.
Según
él, no hay nada tan peligroso como esto último, pero yo, viendo lo que
pasa en la Red, añadiría otro elemento igualmente perturbador: la
vanidad estúpida. ¿Qué, si no, hace que tipos hechos y derechos se
dediquen a colgar en la Red vídeos en los que se juegan su vida y
también la de otros conduciendo a 250 kilómetros por hora en una
autopista o haciendo balconing? ¿Qué impele a niños sanos y educados a
grabar con sus teléfonos móviles la hazaña de vejar a un compañero de
colegio? ¿Qué extraño e incomprensible placer produce incitar a
una menor para que se desnude y mande su vídeo a un supuesto amigo que
luego traiciona su confianza divulgándolo en la Red? ¿Son psicópatas y
perturbados los que actúan de este modo?
Lo más fácil es una
respuesta afirmativa y, sin embargo, todos sabemos que no es así. No
seré yo quien le enmiende la plana a Schopenhauer, pero me parece que se
quedó corto con su definición. Es verdad que el ser humano comete todo
tipo de tropelías por un malentendido instinto de supervivencia, de ahí
tantos egoísmos, tantos quítate tú para que me ponga yo, etcétera.
También es cierto que el aburrimiento (o la pereza, como dice el refrán)
es la madre de todos los vicios. Sin embargo, me parece que el
anónimo y vasto territorio sin ley que es Internet indica que a estos
dos agentes de las miserias humanas habría que sumar al menos uno más.
La vanidad imbécil, que hace que no solo se cometan las antes
mencionadas infamias, sino que se tenga la necesidad de fanfarronear de
ellas. Nada muy distinto, por cierto, de lo que hacían antaño
los guerreros primitivos exhibiendo mutilados trofeos humanos o
jibarizando cabezas para colgárselas del cinto: «Más cambian las cosas,
más iguales siguen».
No es mi intención arruinarles el día
hablando de nuestro lado oscuro, pero sí me gustaría señalar que es
mejor saber que no hay nada nuevo bajo el sol, solo nuevas maneras de
manifestarse y que la mejor manera de protegerse y proteger a los
nuestros es saber que el hombre no es ese ser mirífico que algunos bien
intencionados pretenden vendernos. Somos lo que siempre hemos
sido, un inestable equilibrio entre grandeza y miseria, entre ángeles y
demonios o, como decía más científicamente Darwin, entre cooperación y
egoísmo."