El autor del artículo que hoy dejo es Javier Marías, y fue publicado el pasado 6/10/13 en el suplemento El País Semanal. Creo interesante la postura que el escritor sostiene ante el conocimiento de la lengua inglesa por parte de altos cargos de nuestra sociedad que, en teoría, deberían tener un dominio de la misma.
"Como a los columnistas del dominical nos toca entregar las piezas dos
semanas antes de su publicación, rara vez debemos ocuparnos de los
asuntos más llamativos. Para cuando nuestros textos vean la luz, habrán
ustedes leído docenas de artículos al respecto y se habrá dicho cuanto
cabía decir sobre ellos. Si a eso añadimos los instantáneos e
incontables tuits planetarios, carece de sentido que ahora agregue yo
una sola palabra sobre la infausta presentación de la candidatura
olímpica de Madrid 2020, en Buenos Aires. Pero compréndanme: soy
madrileño de Chamberí y vivo cerca de la Plaza Mayor, y creo que mi
conocimiento de la lengua inglesa me autoriza a emitir juicios sobre el
dominio que de ella poseen los españoles “importantes” que se atreven a
hablarla: he vivido en Inglaterra y algo en los Estados Unidos, he
traducido obras difíciles de los siglos XVII, XVIII, XIX y XX, he dado
clases, conferencias, lecturas y entrevistas en ese idioma. Y
precisamente por eso sé que hoy, y desde hace tiempo, ir por el mundo
sin desenvolverse en inglés es como caminar con una pierna, ver sin
gafas cuando uno padece un montón de dioptrías o –más ajustada la
comparación– mostrarse como un imbécil completo sin capacidad de
intelección ni entendimiento.
El inglés es una lengua endiablada, y lo sabemos quienes llevamos toda
la vida manejándonos con ella, siempre de manera imperfecta: está llena
de excepciones a las reglas y de excepciones a las excepciones; la
distancia entre la ortografía y la fonética es enorme; las
construcciones sintácticas pocas veces son sencillas. Pero también es
cierto que el mundo está lleno de gente extranjera que consigue
expresarse en ella decentemente, incluidos futbolistas, por mencionar un
gremio sin mucho motivo para aplicarse en su estudio. Y si hay
futbolistas que la dominan, no hay excusa para que no lo hagan nuestros
presidentes de Gobierno ni nuestros ministros, o la alcaldesa de Madrid y
el presidente de nuestro Comité Olímpico, Alejandro Blanco, que se
supone que llevan años viajando por ahí, “haciendo lobby” –como
se dice en pseudoespañol últimamente– y recabando votos para lograr
algo difícil, todo a cargo –en parte– de los contribuyentes. A Ana
Botella, como a su marido, Aznar, hace tiempo que los engaña alguien que
les ha hecho creer que hablan y entienden el inglés, cuando es un
idioma apenas comprensible a sus oídos y estropajoso y casi
ininteligible en sus bocas.
Como el matrimonio parece soberbio, mujer y
marido se han apresurado a creerse el engaño, y a hacer el ridículo por
tanto. Uno se pregunta en cuántas más cosas –de mayor importancia– son
engañados los políticos por sus infinitos consejeros aduladores, y cómo
es que aquéllos están siempre dispuestos a tragarse las trolas que los
halagan. ¿Son todos tan jactanciosos y fatuos como parecen? Aparte de
eso, hubo por lo visto un “autor” del discursillo memorizado de Botella,
un tal Burns, responsable de una empresa que ha cobrado no sé si uno o
dos millones de euros por prestarle semejante plática y servicios
similares. No se sabía si Botella estaba en la teletienda, soltando un
anuncio de agencia de viajes o –su donairosa entonación y su
gesticulación “pícara” inducían a pensarlo– invitando a los miembros del
COI a echar una cana al aire: “Madrid is fun! A quaint romantic dinner in el Madrid de los Austrias! The magic of Madrid is real!” Todo pronunciado macarrónicamente e incluso con los acentos cambiados: “Friend-shíp”, dijo, como si fuera vocablo agudo … El rubor arrasó mis blancas mejillas.
Viñeta de Sonia Pulido |
Pero aún más sonrojante y grave fue el caso del señor Blanco, adalid de nuestro proyecto. Se le oyó menos, pero lo suficiente. “No listen the ask”,
respondió una vez, alegando que no había oído una pregunta. Pocos días
más tarde lo vi en televisión: “Bueno, hablamos inglés como la mayoría
de los españoles, pero vamos, le aseguro que lo bastante bien para
entendernos por ahí perfectamente”, algo así dijo, con suficiencia. Pues
no. Les juro que alguien capaz de contestar “No listen the ask”
(pongamos “Escuchar no lo cuestionar”, y soy benévolo con la
equivalencia) no puede entenderse en inglés con nadie, ni en lo más
elemental. Y ese señor no es “la mayoría de los españoles”, que ya
tienen bastante con hablar su lengua, sino un individuo que lleva años
pagado por el Estado –en parte–, efectuando una tarea para la que no es
competente, y él ha de ser el primero en saberlo.
Cuando pasaron al español tras la eliminación de Madrid, no fue mejor la
cosa. Veamos. Ese señor Blanco declaró con pompa: “La derrota supone
también una victoria” (???). Y no contento con la sandez y la
contradicción en los términos, insistió: “Nos podrán derrotar, pero
nunca seremos vencidos” (???). A Botella le gustó la imbecilidad o
sinsentido, porque se apuntó de inmediato: “Un proyecto lo podremos
perder, pero nunca nos podrán derrotar” (???). Bueno, ya saben que en el
PP todos son ecos de ecos. Otro día volveré sobre las favelas, la asquerosa mugre y las ratas a la carrera “in Plaza Mayor” e “in el Madrid de los Austrias”,
que la alcaldesa tuvo la desfachatez de vender como lugares “románticos
y relajantes”. Habrá habido otras razones de peso para que Madrid haya
perdido, pero habría bastado con escuchar a esos dos representantes, en
cualquier lengua, para colegir que el proyecto estaba en manos de
ineptos. ¿Cómo se le iba a confiar a gente así la organización de unos
Juegos? El pobre Príncipe Felipe, él sí con su inglés excelente, quedó
sin duda barrido por los tópicos bochornosos, los balbuceos
ininteligibles y las necedades."