24 ene 2014

Reseña literaria: El universo contra Alex Woods


El universo contra Alex Woods

Título: El universo contra Alex Woods
Autor: Gavin Extence
Editorial: Seix Barral
Año: 2013
Páginas: 400
Precio: 18,27 euros
Traducción: Mercedes Cebrián
Ciudad de publicación: Inglaterra, Reino Unido



Por Loida E.C

El escritor romano Plinio el Joven citó que no hay libro tan malo que no sirva para algo, y un ejemplo de ello es El universo contra Alex Woods, la opera prima del autor Gavin Extence, del cual solo se conoce que nació en 1982 en el pueblo inglés de Seineshead, ubicado en Lincolnshire, así como que disfrutó en su niñez de una célebre carrera como jugador de ajedrez. En la actualidad, vive en Sheffield junto a su mujer, donde se está centrando en escribir su segunda novela. El argumento de su obra gira en torno a cómo cambia radicalmente la vida del solitario adolescente Alex Woods cuando un fragmento de meteorito le provoca una lesión en el cráneo. A raíz de este accidente, que lo convierte en una persona con notoriedad pública, despierta su interés por el saber científico y comienza a leer libros acerca del cosmos, bajo la supervisión de una madre peculiar con la que suele tener conflictos ideológicos. Cuando cumple 17 años de edad, es detenido en la frontera de Dover por  agentes de aduanas por transportar 113 gramos de marihuana en la guantera y una urna repleta de cenizas en el asiento del copiloto, mientras el país entero le busca por sus aparentes fechorías. A pesar del incidente, Woods está convencido de que ha hecho lo correcto.

En esta tragicomedia, caracterizada por un narrador protagonista y diálogos en los que se combinan el estilo narrativo directo e indirecto,  Extence comete el desacierto de mezclar la técnica in media res con saltos brucos temporales y flashbacks que, aunque podrían funcionar con efectividad en el ámbito cinematográfico, en el literario prestan a confusión al lector, quien puede sentirse aturdido por los violentos saltos en el tiempo. Un caso de ello es cuando Alex y el señor Peterson acuerdan su convenio para, en el capítulo siguiente, mostrar el desenlace del mismo, omitiendo a partir de la elipsis detalles importantes que interesarían. Además,  recurre a la intertextualidad general, incluyendo varios fragmentos de obras del autor Kurt Vonnegut para respaldar que el personaje de Peterson es un gran admirador del mismo (los extractos corresponden Matadero cinco, El desayuno de los campeones y Las sirenas de Titán) y textos para justificar el interés científico de Woods (Trampa 22, de Joseph Heller; y Meteoritos: orígenes y observaciones, de Martin Beech). Lo cierto es que abusar de esta técnica ha hecho que  algunos capítulos resulten adormecedores, pues la explotación de este recurso puede aburrir a los lectores que no estén interesados en las otras obras. Por esta razón que me extraña que el libro haya recibido numerosas críticas positivas por parte de diversos medios de comunicación británicos.


La escritura empleada llega a resultar en ocasiones confusa y descuidada, algo que no se debe solo al autor de la novela y a los tecnicismos que emplea, pues la traductora, Mercedes Cebrián, se mantiene tan fiel al idioma en reiteradas ocasiones que no respeta las normas lingüísticas propias del español y, en consecuencia, desorienta al lector. El personaje de Peterson se define por ser un plano que no varía a lo largo de la historia, algo tan típico que es incapaz de sorprender y  pasa a convertirse en un simple cliché literario. En contraste, es digno de encomio que el protagonista, Woods, sea redondo, pues es extraño que un menor de edad  sea capaz de evolucionar y madurar tanto como lo hace a lo largo de la historia. “El recuerdo que deja un libro a veces es más importante que el libro en sí”, dijo el escritor argentino Adolfo Casares. Y ese es el caso de esta novela, que invita al lector a reflexionar sobre importantes tesituras aplicables y reales a su vida, como es el caso de la eutanasia, al mismo tiempo que entretiene.