¿Habría
que abolir las drogas o investigar sus efectos? Este es, en la
actualidad, un polémico debate entre muchos de los gobiernos
existentes. El divulgardor científico y escritor Eduardo Punset nos
ofrece su punto de vista y responde a esa cuestionada pregunta en un
artículo publicado en la revista XL Semanal.
"El narcotráfico no ha parado de extenderse por
América Latina. Pero las ganas de controlarlo, cuando no d humanizarlo,
también. Recuerdo cuando, hace diez años, los narcotraficantes
mostraban en Bogotá los éxitos irrefrenables que les aportaba un
negocio ubicado en Medellín, pero cuyo mercado se extendía por medio
mundo, particularmente por Europa y los Estados Unidos.
Hoy, los
protagonistas del narcotráfico tienen reparos en hacer gala de su
riqueza y no escatiman iniciativas para demostrar que se han negado a sí
mismos la violación de mujeres o los asesinatos de menores de edad. Paralelamente,
ciudades como Medellín, consideradas antaño como cuna del narcotráfico,
están desplegando hoy todo tipo de iniciativas para que la juventud
pueda manifestar de otro modo su ánimo innovador.
Medellín
sigue aglutinando una gran parte del poder mediático, pero sus
innovaciones están amortizando el poder de la droga. Alguna de sus
nuevas bibliotecas públicas ha alcanzado ya el sello de lugares
extremadamente concurridos, donde los jóvenes se citan para intercambiar
información y conocer mejor su sociedad. Cada día está más
claro que no hay un solo camino para combatir la droga y que es
indispensable ahondar en el conocimiento de este inmenso mercado. Lo
único que sabemos a ciencia cierta es que las leyes antidroga no
funcionan. ¿Por qué?
Nos resulta mucho más útil
prohibirlas cuando identificamos algún peligro en su uso que analizar
sus beneficios potenciales y mantener activos los procesos de
investigación. La prohibición de una droga, incluso en el caso del LSD o
las setas alucinógenas, a menudo se hace sin relacionarla con los daños
que provocan. En la década de los cincuenta, la investigación
sobre el LSD ayudó mucho a comprender cómo funcionaba el cerebro y para
tratar a enfermos con cáncer terminal. Toda esta investigación
se interrumpió luego durante prácticamente cincuenta años, como afirma
el prestigioso psicofarmacólogo inglés David Nutt, sin razón ni sentido,
por haber incluido erróneamente el LSD en el grupo de las sustancias
perjudiciales.
En efecto, parecería que el alcohol y el tabaco, al
no estar prohibidos a pesar de su consumo masivo, deberían despuntar
como dos productos capitales de referencia. Parecerían estar en lo
cierto países como España y los Estados Unidos, en los que se ha
enraizado un cambio del alcohol al cannabis, por ser este último lícito y
más seguro. Habría pues que reclasificar las drogas de acuerdo
con su capacidad para provocar el mal y no solo el enfurruñamiento de un
determinado país con una de las drogas por motivos históricos o
comerciales.
El segundo punto de reflexión es que la
adicción a las drogas no tiene una única causa. Algunos la desarrollan
porque son muy vulnerables al placer; otros, por su falta de
autocontrol; y otros, porque son demasiado sensibles al estrés. En
América Latina flota en el aire ese convencimiento de que podría
ganarse la batalla adscribiendo a las distintas adicciones terapias
diferenciadas: hay jóvenes alcohólicos que no han sido atendidos
debidamente de sus ansiedades sociales a los que podría administrarse
Prozac; otros son alcohólicos porque el alcohol los ayuda a combatir el
estrés, y a estos les vendría bien un antidepresivo. O sea, que a medida que se consigue diferenciar y tratar el trastorno se evita el consumo de drogas.
Los sistemas educativos son mucho más útiles para formar a los jóvenes que las prohibiciones. En
mi último viaje por América Latina he constatado la mayor familiaridad
del hombre de la calle con las drogas. Más gente que en Europa parece
ser consciente de que todas las drogas que consumimos actúan sobre las
sustancias químicas que ya están en nuestro cerebro. La heroína
imita las endorfinas; el cannabis, la anandamida; y la cocaína libera
dopamina. Es este mayor contacto con lanaturaleza lo que me induce a
pensar que la educación es más importante que la represión."