4 jun 2013

Acerca de grandes y pequeñas virtudes


La escritora italiana Natalia Ginzburg cuenta en su obra Las pequeñas virtudes (1962) que deberíamos enseñar a nuestros hijos las grandes virtudes en vez de las pequeñas. Me gustaría compartir un fragmento de este libro, que corresponde de la página 165 hasta la 186.

"En relación con la educación de los hijos, pienso que no se les debe enseñarlas pequeñas virtudes, sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo del éxito sino el deseo de ser y de saber.

Solemos hacer, sin embargo,  lo contrario: nos apresuramos a enseñar el respeto a las pequeñas virtudes, basando en ellas todo nuestro sistema educativo. Elegimos, de este modo, el camino más cómodo, porque las pequeñas virtudes no encierran ningún peligro material, antes bien, resguardan de los golpes de la fortuna. Olvidamos enseñarles las grandes virtudes, y ,no obstante, las amamos, y queremos que nuestros hijos las tengan, pero confiamos en que broten espontáneamente de su ánimo, algún un día futuro,  considerándolas de naturaleza instintiva, mientras que las otras, las pequeñas, nos parecen el fruto de una reflexión, de un cálculo, y ,por eso, pensamos que deben ser absolutamente enseñadas. [...]

Ser sobrios con nosotros mismos y generosos con los demás: esto quiere decir tener una relación justa con el dinero, ser libre frente al dinero. La verdadera defensa de la riqueza no es el miedo a la riqueza, a su fragilidad y a las viciosas consecuencias que puede tener, la verdadera defensa de la riqueza es la indiferencia respecto al dinero [...].

Lo que debemos tener en nuestro corazón, mientras educamos, es que a nuestros hijos no les falte jamás el amor por la vida. Puede adoptar diversas formas, y a veces un niño desganado, solitario y esquivo no carece de amor de la vida, ni está oprimido por el miedo de vivir, sino, sencillamente, está en situación de espera, entregado a prepararse a sí mismo para la propia vocación. ¿Y qué es la vocación de un ser humano sino la más alta expresión de su amor a la vida? Una vocación, una pasión ardiente y exclusiva por algo que no tenga nada que ver con el dinero, la consciencia de poder hacer algo mejor que los demás, y amar este algo por encima de todo, es la única posibilidad para un niño de no ser condicionado en nada por el dinero, de ser libre frente al dinero, de no sentir, entre los demás, ni el orgullo de la riqueza ni su venganza. La única verdadera salud y riqueza del hombre es una vocación [...].

Y si nosotros mismos tenemos una vocación, si no la hemos traicionado, si hemos continuado a través de los años amándola, sirviéndola con pasión, podemos mantener alejados de nuestro corazón, en el amor que sentimos por nuestros hijos, el sentido de la propiedad. Si, por el contrario, no tenemos vocación, o si la hemos abandonado o traicionado, por cinismo o por miedo a vivir, o por un mal entendido amor paterno, o por cualquier pequeña virtud que se ha instalado en nosotros, entonces nos agarramos a nuestros hijos como un náufrago al tronco de un árbol, pretendemos vivazmente de ellos que nos restituyan todo lo que hemos dado, que sean absolutamente y sin fallo, tal como nosotros queremos que sean, que obtengan de la vida todo lo que a nosotros nos ha faltado, acabamos por pedirles todo lo que puede darnos solamente nuestra propia vocación, queremos que sean en todo obra nuestra, como si, por haberlos procreado una vez, pudiéramos continuar procreándolos a lo largo de toda la vida.

Queremos que sean en todo obra nuestra, como si se tratatase no de seres humanos, sino de obras del espíritu. Pero si nosotros mismos tenemos una vocación, si no hemos renegado de ella o la hemos traicionado, entonces podemos dejarlos germinar tranquilamente fuera de nosotros, rodeados de la sombra y del espacio que requiere el brote de una vocación, el brote de un ser. Ésta es la única posibilidad real que tenemos de resultarles de alguna ayuda en la búsqueda de una vocación: tener una vocación nosotros mismos, conocerla, amarla y servirla con pasión, porque el amor a la vida engendra amor a la vida."